lunes, 6 de abril de 2020

Cultura de Paz, la auténtica y verdadera resiliencia

Escribí esto a mediados del año 2016 y por diversos motivos, sobre todo laborales, no lo publiqué en ese momento. Revisando en mi computadora lo encontré y leí con detenimiento y me dí cuenta que todo es muy vigente en estos días. 

Ayer conocí, que la violencia que vivimos en el país provocó la partida física del nieto de un compañero-amigo, a quien le tengo mucho respeto y admiración por su compromiso con la creación de una sociedad sin violencia, no tengo palabras de consuelo para él, sin embargo creo que mucho de lo escrito en este texto nos da luces para continuar en ese compromiso por forjar una sociedad diferente, en paz sustentable duradera. 


Fuerte abrazo Iván, mucha fuerza en este duro momento.



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Cultura de Paz, la auténtica y verdadera resiliencia


Desde la teoría y el mundo académico se dice que la resiliencia es la capacidad de un ser vivo de salir adelante y sobreponerse ante una situación adversa y recuperar su estado óptimo anterior al momento de haber recibido ese impacto negativo. Se escucha muy bien desde el punto de vista teórico, ahora revisando en la realidad cotidiana de las personas, familias y comunidades, ¿qué implica hablar de resiliencia y fomentar capacidades para que se desarrollen estas posibilidades?

El Salvador vive una de las etapas más difíciles de su historia, luego de un conflicto armado que cobró miles de vidas y daños irreparables tanto en los aspectos económicos, sociales, culturales, ambientales y sobre todo en los psicosociales y emocionales, estamos ante un nuevo conflicto, uno de dimensiones diferentes que carcome a las generaciones presentes y que de continuar de esta manera, también les negará el derecho a un futuro, y no a cualquier futuro, sino a uno que asegure condiciones para que se manifieste una paz sustentable y duradera, con pronta y cumplida justicia y en un planeta saludable, lo que se constituiría en el goce de una vida plena con sustentabilidad.

Las violencias no permiten el logro de esa tan anhelada paz, como aspiración máxima del pueblo salvadoreño. Las diversas formas de violencia se ven mayormente manifestadas en las poblaciones mal llamadas vulnerables, es decir, aquellas que viven en condiciones de vulnerabilidad, como lo son las infancias, las juventudes, las mujeres, los pueblos indígenas, las personas con discapacidad, los afrodescendientes, las personas adultas mayores y la diversidad sexual (LGTBi). Esto ha sido reconocido oficialmente por Naciones Unidas y otros organismos multilaterales y también que estas poblaciones han sido histórica y sistemáticamente excluidas de las discusiones públicas nacionales y globales, en donde se definen las políticas públicas y los acuerdos internacionales que dan respuestas a las situaciones, retos y desafíos que se viven en el mundo. 

Actualmente es muy común encontrar familias enteras que huyen de sus viviendas y territorios por motivos de amenazas a sus vidas ante la violencia homicida, que se coloca como una de las más mediáticas y reconocidas por la población, con tasas de entre 10 y hasta 25 homicidios al día y donde inclusive ha llegado a porcentajes de 80% de ese número son personas menores de 30 años. Este hecho ha sido discutido recientemente en la concluida 71° Asamblea General de Naciones Unidas, en donde se discutió el tema de las migraciones y desplazamientos forzados (https://news.un.org/es/story/2016/09/1365471#.V-2DhyHhDIU, en donde miles de personas viven este éxodo en busca de un lugar seguro para continuar con sus vidas y sus familias por motivos de guerras, violencias y pobreza. Además es relevante destacar los niveles de feminicidios y agresiones hacia las mujeres jóvenes, en donde los grupos de pandillas y el crimen organizado las instrumentalizan y obligan formar parte de sus estructuras para fines de extorsiones, tráfico de drogas y tráfico de personas.

Casos de desplazamientos forzados hay muchos en El Salvador, tal es el caso de la familia Martínez (ficticio), de uno de los municipios más populosos del Área Metropolitana de San Salvador, quienes en el año 2014 tuvieron que abandonar su hogar, donde vivieron por 40 años. El motivo fue que las pandillas de comunidades aledañas amenazaron a varias familias para abandonar la comunidad por no ceder ante presiones para que los jóvenes que formaban parte de estas familias se integraran a las estructuras de pandillas. Tuvieron que buscar una medida para salvaguardar sus vidas y recibieron apoyo de familias en el municipio y de una organización social, dando albergue temporal mientras encontraban una solución permanente. Al momento actual, una parte del grupo familiar se ha establecido en un centro urbano del municipio de Ciudad Delgado, dejando atrás toda una vida y un arraigo con su territorio y asimismo perdiendo la capacidad de replicar algunas prácticas como el cultivo de alimentos como medio de vida y de una composición familiar de 14 personas, la familia tuvo que fragmentarse en 3 grupos, que viven en zonas diferentes y alejadas con poca comunicación y su vínculo familiar deteriorado.

Las juventudes hacen esfuerzos grandes para buscar y encontrar apoyo y acompañamiento solidario y debemos reconocer que la actual administración de Gobierno Central (año 2016) ha impulsado algunos programas sociales y políticas públicas sectoriales que han sido importantes y contribuido a honrar esa deuda histórica que el Estado Salvadoreño ha tenido con las personas jóvenes, sin embargo estos esfuerzos han dado resultados mínimos porque no abordan de manera seria e intencional los verdaderos problemas estructurales que aquejan a este significativo segmento de la población, en la cual, el 63.70% cuenta con menos de 30 años de edad, según este portal de datos de país del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)  (http://www.sv.undp.org/content/el_salvador/es/home/countryinfo.html). Las profundas y perversas desigualdades e inequidades que someten a las personas a vivir en condiciones de empobrecimiento, vulnerabilidades de todo tipo y exclusión social, como situaciones y retos que las personas enfrentan, no han sido debidamente abordadas y continúan profundizándose.

La oficina nacional del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de El Salvador ha anunciado que su Informe de Desarrollo Humano (IDHES) del 2016 será enfocado en juventudes viviendo en contextos de violencias y las prácticas de resiliencia que desarrollan para enfrentarla. (http://www.sv.undp.org/content/el_salvador/es/home/presscenter/articles/2016/01/26/idhes-2016-se-enfocar-en-informe-en-resiliencia-juvenil.html). Como parte de mi compromiso con las juventudes participo de esta iniciativa a través de un Foro Consultivo, donde se están discutiendo las situaciones que las juventudes están viviendo y como estas las enfrentan. Este Informe será sin duda una útil e importante herramienta para elevar las voces, visibilizar las propuestas y buenas prácticas que las juventudes impulsan en sus comunidades y territorios.

Marvin (nombre ficticio) es un joven que forma parte de una familia donde falta su mamá y papá, él vive en una comunidad del municipio de Ciudad Delgado que se encuentra realmente sitiada por la delincuencia, drogas, todo tipo de ilícitos que exponen a las personas jóvenes. Estudia en un Centro Escolar rodeado de similares condiciones, sin embargo este joven ha desarrollado una experiencia positiva que no corresponde al contexto en el que cotidianamente se desenvuelve. Utiliza su tiempo fuera de la escuela para refugiarse en iniciativas juveniles en el municipio, como baile urbano, actividades de la iglesia, experiencias de organización en colectivos juveniles y también actividades escolares relacionadas con capacitaciones en atención a situaciones de emergencia y asuntos humanitarios, esa es su manera de evitar exponerse a situaciones de violencia, ante acosos de todo tipo.

¿Cómo es esto posible?, ¿Cómo personas adolescentes y jóvenes están creando de sí mismos su propia experiencia, su propio caminar, su propio imaginario de vida en un ambiente que no es nada propicio ni siquiera para soñar?, luego recuerdo que tratando de dilucidar y discernir sobre estas situaciones, encontré una frase que dice: “La utopía es el verdadero corazón de los seres humanos” y entonces todo parece cobrar algo de sentido de nuevo. La resiliencia es también una fuerza que dinamiza el cambio y nos lleva a transformar prácticas y comportamientos, a crear nuestras propias posibilidades, quizá no sea una actitud del todo consciente, lo que si es cierto es que sea consciente o no, las personas la asumen en momentos clave o definitorios de su vida, ahora el reto es como la convertimos en una fuerza de cambio continua que fluya en todo nuestro que hacer.

Una persona puede y debe asumir su rol como sujeto social y político relevante y los Estados y la misma ONU tienen el mandato de afirmar su compromiso en crear condiciones para que se manifieste una paz sustentable y duradera, sin este nivel de desempeño de las instituciones públicas nacionales e internacionales y ese nivel de compromiso, las posibilidades de resiliencia en las personas, comunidades y territorios se verán drásticamente reducidas, considerando además que vivimos en un momento y contexto de impactos crecientes y efectos acelerados de todo tipo, sobre todo del cambio climático, disponibilidad de agua potable, migraciones, pobreza, conflictos, falta de educación de calidad, empleo pleno y decente, entre otros.  

En el contexto antes descrito, ¿cómo es posible que las juventudes, a pesar de esta presión extrema que están recibiendo, estén saliendo adelante e inclusive impulsando iniciativas que ayudan a otros jóvenes que viven en situaciones y contextos similares? Desde nuestro entendimiento valoramos que la resiliencia es una fortaleza innata, que las personas en nuestro país son resilientes por naturaleza propia, no porque sean formadas para ese fin, porque de ninguna manera el sistema educativo formal o las instituciones del Estado aseguran una educación y formación de ese tipo, sino que al mantenerse permanentemente sometidas a situaciones y presiones extremas y adversas, las personas van asumiendo que deben encontrar soluciones autogestionadas y colaborativas con sus pares para sobreponerse, no como una medida de resignación, sino como una estrategia de sobrevivencia y también como una estrategia de organización en la búsqueda de respuestas y soluciones conjuntas que no llegan de ningún otro lado, este se vuelve su propio modelo de desarrollo endógeno, a lo mejor no lo implementan o lo ven de esa manera, pero en términos reales y prácticos, es así, ellos y ellas son sus propias soluciones que dan las respuestas necesarias en los momentos requeridos.

Mucho es lo que está en juego, por una parte no podrá garantizarse el cumplimiento de la Agenda 2030 que ha dado vida a los 17 Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS) (http://www.un.org/sustainabledevelopment/es/objetivos-de-desarrollo-sostenible/) y por otro lado al no detener y revertir el acelerado proceso de empobrecimiento y exclusión, se está condenando a generaciones enteras a seguir viviendo y reproduciendo el círculo de pobreza. Urgen medidas efectivas que garanticen la inversión oportuna en el ciclo de vida de las personas y con especial atención a los primeros años y juventud, considerando que el nivel de retorno de estas inversiones aseguran mejores y mayores posibilidades a lo largo de la vida y de esta manera se lograría de manera significativa sentar verdaderas bases de justicia y equidad intergeneracional con perspectiva de género. Lo que no se invierte en los primeros años de vida es irrecuperable.

Me conmueve mucho escribir estas palabras, y creo que debe afirmar mucho más el compromiso de quienes hemos decidido acompañar a este valioso y valiente pueblo, resiliente por naturaleza propia, que camina con coraje, con golpes recurrentes, pero que renuncia a quedarse de rodillas, a verse derrotado. Seguiremos caminando y acompañándonos solidaria y recíprocamente ante los retos y desafíos que enfrentamos y con la mirada puesta en el devenir pleno, trabajando por un presente y futuro de paz, justicia y sustentabilidad hasta la séptima generación venidera, ese es y debe ser el compromiso a asumir.

Este pueblo debe darse cuenta de su valía, es admirable y esperanzador, si logramos catalizar este momento, no dejarnos consumir por la ira, el odio y el miedo, esto será transformador para sentar las bases de una nación intercultural que da cobijo a todas las expresiones y formas de vida que por este territorio que hoy se denomina El Salvador caminan, la familia humana, el hogar común y la naturaleza como un todo integral. Fuerza entonces en la tarea!!!